domingo, 24 de octubre de 2010

Carta del Prelado del Opus Dei. (octubre 2010)



El Prelado del Opus Dei habla en esta carta sobre los ángeles custodios, a quienes la Iglesia festeja el 2 de octubre, día en el que también se recuerda la fundación del Opus Dei.

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Estalla el alma en alegría al imaginar el gozo de nuestro Padre el 2 de octubre de 1928. Unámonos a aquella oración que, de rodillas, salió de su alma ante la confianza que le mostraba el Cielo y demos vueltas —muchas, en cada jornada— a la realidad de que también nosotros estábamos comprendidos en esa manifestación de Dios a San Josemaría.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor; alabadlo y glorificadlo eternamente[1]. Con estas palabras de la Sagrada Escritura comienza la Misa de mañana, fiesta de los Santos Ángeles Custodios, que han de tener un eco muy fuerte en las mujeres y en los hombres del Opus Dei. Nos pueden servir de cauce para alzar nuestro agradecimiento a Dios en este nuevo aniversario de la fundación, pues —como afirmaba nuestro Padre— no es casualidad que Dios haya inspirado su Obra el día en que la Iglesia les hace fiesta (...). Les debemos mucho más de lo que pensáis[2]. Me da alegría recordaros que muchas veces —y concretamente en Argentina, en La Chacra— San Josemaría nos sugirió que, al entrar en el oratorio, manifestásemos nuestra gratitud a los ángeles por la perpetua corte que hacen al Señor en la Eucaristía.

Pensad que la devoción a los ángeles tiene honda raigambre en la Iglesia. Podría decirse que casi no hay página de la Escritura Santa —tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento— en la que no aparezcan estas criaturas puramente espirituales, que gozan de la visión beatífica y están al servicio de los designios divinos[3]. En una de sus catequesis, Juan Pablo II hacía notar que negar su existencia obligaría a revisar radicalmente la misma Sagrada Escritura y, con ella, toda la historia de la salvación[4], incurriendo en el más craso error.

La fiesta de mañana nos ofrece la ocasión de tratar más a estos seres celestiales, considerando ante todo que son criaturas de Dios y que sólo Jesucristo es el centro del mundo angélico y del entero cosmos. La primacía de Cristo, Verbo encarnado, sobre la creación, es uno de los fundamentos de la fe católica. En Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, sean los tronos o las dominaciones, los principados o las potestades. Todo ha sido creado por Él y para Él[5].

«¿Qué es un ángel?», se preguntaba el Papa Benedicto XVI. Y respondía: «La Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia nos hacen descubrir dos aspectos. Por una parte, el ángel es una criatura que está en la presencia de Dios, orientada a Dios con todo su ser. Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra "El", que significa "Dios". Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza. Su verdadera naturaleza es estar en Él y para Él»[6].

Estas afirmaciones ponen de relieve que la misión más importante de los ángeles se concreta en adorar a la Santísima Trinidad, en elevar constantemente un canto de acción de gracias al Creador y Señor de todas las cosas, las visibles y las invisibles. Tanto los ángeles como los hombres hemos sido creados para el mismo fin. Ellos ya lo han alcanzado, nosotros estamos de camino. Por eso, resulta muy conveniente contar con su auxilio para que nos enseñen a recorrer la senda que conduce al Cielo. Yo rezo e invoco todos los días a los ángeles —comentaba nuestro Padre en una ocasión— y acudo a la intercesión de los Custodios de mis hijos, para que todos sepamos hacer la corte a nuestro Dios. Así seremos celosos, almas decididas a llevar el consuelo de la doctrina de Dios a las criaturas[7].

San Josemaría impulsó a invocar a los ángeles al comenzar cada día la meditación, después de haber pedido la intercesión de la Madre de Dios y de San José. ¿Con qué devoción acudimos a ellos? ¿Con qué seguridad de ser oídos? Y especialmente a propósito de la celebración eucarística, comentaba nuestro Padre: yo aplaudo y ensalzo con los Ángeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa Misa. Están adorando a la Trinidad[8]. También cuando visitamos a Jesús presente en el tabernáculo, y quizá no sabemos cómo saludarle ni cómo manifestarle nuestro agradecimiento o nuestra adoración, podemos imitar el ejemplo de San Josemaría. Cuando entro en el oratorio —nos confiaba— no me da ningún reparo decir al Señor: Jesús, te amo. Y alabo al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo (...). Y me acuerdo de saludar a los ángeles, que custodian el Sagrario en una vigilia de amor, de adoración, de reparación, haciendo la corte al Señor Sacramentado. Les agradezco que estén allí todo el día y toda la noche, porque yo no puedo hacerlo más que con el corazón: ¡gracias, Santos Ángeles, que hacéis la corte y acompañáis siempre a Jesús en la Sagrada Eucaristía![9]. Os sugiero que, jornada tras jornada, queráis uniros a la oración de nuestro Fundador, el día 2 de octubre de 1928: que no decaiga en nosotros el diálogo de gratitud y de responsabilidad con que respondió nuestro Padre.

Por ser grandes adoradores de la Trinidad Santísima, pueden cumplir a la perfección «el segundo aspecto que caracteriza a los ángeles: son mensajeros de Dios. Llevan a Dios a los hombres, abren el cielo y así abren la tierra. Precisamente porque están en la presencia de Dios, pueden estar también muy cerca del hombre»[10]. Nos lo reveló Jesucristo cuando, hablando del amor de Dios Padre por los niños y por los que se hacen como niños, señaló: guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos[11].

Fundada en éste y en otros textos inspirados, la Iglesia enseña que «desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión»[12]. Y hace suya una afirmación frecuente en los escritos de los Padres de la Iglesia: «Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida»[13]. De entre los espíritus celestiales, los ángeles custodios han sido colocados por Dios al lado de cada hombre y de cada mujer. Son nuestros cercanos amigos y aliados en la pelea que nos enfrenta —como afirma la Escritura— a las insidias del diablo. Porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires[14]. Nuestro Padre se hace eco de esta enseñanza de modo lapidario: acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones[15].

Un escritor cristiano del siglo II ofrece algunas señales para reconocer las insinuaciones de los ángeles buenos y cómo distinguirlas de las de los ángeles malos. «El ángel de la justicia —escribe— es delicado, y pudoroso, y manso, y tranquilo. Así pues, cuando subiere a tu corazón este ángel, al punto se pondrá a hablar contigo sobre la justicia, la castidad, la santidad, sobre la mortificación y sobre toda obra justa y sobre toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas subieren a tu corazón, entiende que el ángel de la justicia está contigo. He ahí, pues, las obras del ángel de la justicia. Cree, por tanto, a éste y a sus obras»[16].

La lucha entre el bien y el mal —triste herencia del pecado de origen— es una constante en la existencia humana sobre la tierra. Resulta lógico, por eso —como reza una antigua oración—, que acudamos a los ángeles de la guarda: Sancti Angeli Custodes nostri, defendite nos in prœlio ut non pereamus in tremendo iudicio; Santos Ángeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio.

Desde muy joven, nuestro Fundador cultivó una honda devoción a los ángeles, y especialmente a su propio ángel de la guarda. Luego, a partir del momento de la fundación del Opus Dei, su biografía rebosa de detalles en los que se manifiesta una piedad recia y confiada a esos adoradores de Dios, buenos acompañantes en el camino del Cielo. También en sus escritos hay abundantes referencias al ministerio de los ángeles en favor de los hombres, porque —como señala la Escritura— ¿acaso no son todos ellos espíritus destinados al servicio, enviados para asistir a los que tienen que heredar la salvación?[17]. Tan grande era su fe en la intervención de los ángeles, que enseñó a considerarlos como aliados importantes en la labor apostólica. Gánate al Ángel Custodio de aquel a quien quieras traer a tu apostolado. —Es siempre un gran "cómplice"[18], escribió en Camino. Y en otro lugar, al considerar que muchas veces el ambiente en el que uno debe desenvolverse por motivos profesionales, sociales, etc., se halla muy lejos de Dios, aseguraba: ¿Que hay en ese ambiente muchas ocasiones de torcerse? —Bueno. Pero, ¿acaso no hay también Custodios?[19].

El repicar de las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, que no se apagó nunca en los oídos de nuestro Padre, debe resonar en los nuestros, como un recuerdo de que toda nuestra existencia ha de ser un adorar a Dios con la Santísima Virgen, con los ángeles y con toda la Iglesia triunfante.

También cultivaba nuestro Padre un trato de amistad con el arcángel que —según algunos Padres de la Iglesia— asiste a cada sacerdote en las labores propias del ministerio. Es muy probable —decía en cierta ocasión— la opinión de que los sacerdotes tienen un ángel especialmente encargado de atenderles. Pero hace muchos, muchísimos años, leí que cada sacerdote tiene un Arcángel ministerial, y me conmoví. Me he hecho una especie de aleluya como jaculatoria, y se la repito al mío, por la mañana y por la noche. A veces he pensado que no puedo tener esta fe porque sí, porque lo haya escrito un Padre de la Iglesia cuyo nombre ni siquiera recuerdo. Entonces considero la bondad de mi Padre Dios y estoy seguro de que, rezando a mi Arcángel ministerial, aunque no lo tuviera, el Señor me lo concederá, para que mi oración y mi devoción tengan fundamento[20].

Detengámonos frecuentemente en estas y otras enseñanzas sobre los santos ángeles y esforcémonos para ponerlas en práctica, cada uno a su modo. Acudamos a su auxilio con intimidad y confianza. Dificultades internas que parezcan insuperables, obstáculos exteriores que se asemejen a auténticos muros, se superarán con la asistencia de estos amigos tan poderosos a cuya custodia nos ha confiado el Señor. Pero se necesita, como enseñaba nuestro Fundador bebiendo en las fuentes de la tradición espiritual de la Iglesia, que se consolide una auténtica amistad con nuestro ángel custodio y con los de las demás personas a las que nos dirigimos apostólicamente. Porque el Ángel Custodio es un Príncipe del Cielo que el Señor nos ha puesto a nuestro lado para que nos vigile y ayude, para que nos anime en nuestras angustias, para que nos sonría en nuestras penas, para que nos empuje si vamos a caer, y nos sostenga[21].

Consuela muchísimo esta otra reflexión, que San Josemaría dejó escrita en Surco: el Ángel Custodio nos acompaña siempre como testigo de mayor excepción. Él será quien, en tu juicio particular, recordará las delicadezas que hayas tenido con Nuestro Señor, a lo largo de tu vida. Más: cuando te sientas perdido por las terribles acusaciones del enemigo, tu Ángel presentará aquellas corazonadas íntimas —quizá olvidadas por ti mismo—, aquellas muestras de amor que hayas dedicado a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.

Por eso, no olvides nunca a tu Custodio, y ese Príncipe del Cielo no te abandonará ahora, ni en el momento decisivo[22].

En nuestra pelea espiritual y en el apostolado, contamos siempre con el interés y la protección de la Reina de los Ángeles. En este mes se celebra una fiesta suya bajo la advocación del Rosario. Esta devoción mariana es arma poderosa[23] en todas las batallas por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Ojalá crezca, con especial cariño, el rezo piadoso de esta plegaria durante las próximas semanas, con la convicción de que nuestra Madre del cielo, a lo largo del año mariano que recorremos, se lucirá y nos obtendrá de su Hijo gracias abundantísimas.

Para concluir, os recuerdo que el próximo día 6 es el aniversario de la canonización de nuestro Padre. Pidamos al Señor, por su intercesión, que el gozo sobrenatural que nos inundó en aquella fecha, y el impulso hacia la santidad que entonces recibimos, se mantengan vivos y pujantes en sus hijas y en sus hijos del Opus Dei, y en todas las personas que se acercan a la Obra. Os confieso que cotidianamente me dirijo a San Josemaría para que se haga muy presente en cada uno de nosotros aquella exclamación —«el santo de la vida ordinaria»— con que le designó el Siervo de Dios Juan Pablo II[24]. Cabe aplicarla también así: San Josemaría es el santo que nos asiste en todas las circunstancias de cada jornada. Aprovechemos más esa "ocupación" de nuestro Padre, que nos quiere mucho, mucho, pero que nos quiere santos.

Realmente, cada mes hay muchas fiestas de la Iglesia y efemérides de la historia de la Obra: repasadlas, para que nuestro serviam! cotidiano sea muy generoso.

Con todo cariño, os bendice

vuestro Padre

+ Javier

Roma, 1 de octubre de 2010.



sábado, 4 de septiembre de 2010

El Bicentenario.

El Bicentenario, una oportunidad para recordar nuestra identidad católica
Es una oportunidad para escarbar en el corazón de nuestros héroes y descubrir en ellos sus convicciones cristianas
Autor: Lucrecia Rego de Planas Fuente: Catholic.net

Todos los mexicanos que nacimos después de 1917 estudiamos, en los libros de texto gratuitos, una Historia de México falseada, mutilada y maquillada por los gobiernos masones que tuvimos.

Cualquiera de nosotros podrá recordar decenas de páginas dedicadas a exaltar las culturas indígenas, de tal manera que casi llegábamos a creer que sus dioses paganos eran buenos y que era muy sano extraer corazones humanos para procurar la lluvia y la fertilidad; luego, estos mismos textos nos hablaban de una conquista cruel y sangrienta, siempre presentada como “el enemigo” que vino a destruir todo lo bueno que los indios tenían.

También podemos recordar la poquísima importancia que en estos textos se daba a la época virreinal y colonial (300 largos años de historia a los que se le dedicaban dos o tres páginas cuando mucho), donde se pasaban de largo todas las buenas acciones de los evangelizadores. Y después la lucha de independencia, presentada siempre como la liberación de las ataduras que nos habían impuesto los malvados invasores.

Jamás, en estos libros, se aclaraba que las grandes culturas indígenas habían desaparecido muchísimos años antes de que los españoles llegaran acá. Jamás se nos hablaba (en más de dos renglones) de la gran obra que realizó la Iglesia en la época de la conquista y de la colonia (alfabetización, construcción de escuelas, hospitales, talleres, imprentas, universidades). Tampoco se nos hicieron ver las razones religiosas (profundamente cristianas) que motivaron el movimiento independiente. Se nos decía, sí, que una de las causas habían sido las ideas de la Revolución francesa, pero jamás se nos aclaró que el movimiento estuvo motivado justamente para no dejar que esas ideas de la masonería destruyeran la fe del pueblo mexicano.
Iturbide, el verdadero libertador, quien logró la Independencia poniendo a la Religión católica como una de las tres garantías de nuestro pueblo, pasa casi desapercibido.

Nuestros libros de texto de Historia no hablaban del fenómeno guadalupano, ni de las consecuencias culturales de la expulsión de los jesuitas de nuestro territorio y mucho menos de las guerras cristeras, que son ejemplo claro de cómo el pueblo mexicano se opuso con valentía al arrebato de sus convicciones más intimas.

Ahora se nos presenta la celebración del Bicentenario de la Independencia como una oportunidad única para que los católicos podamos conocer la verdadera historia de nuestra nación sin maquillajes jacobinos. Es una oportunidad para escarbar en el corazón de nuestros héroes y descubrir ahí las razones, fundamentalmente religiosas, que los motivaron en cada una de sus acciones. Una oportunidad para recuperar nuestra identidad mexicana, formada por la síntesis perfecta de la cultura indígena enriquecida con los valores cristianos.

Nuestros obispos han realizado varias jornadas con historiadores e intelectuales a lo largo de este año, para conocer la verdadera historia de nuestro país y purificarla de los mitos creados por la masonería.

Es por eso que en Catholic.net hemos publicado un “Especial del Bicentenario” para dar luz a estas magníficas ponencias en las cuales se analiza la historia a la luz de la fe y a las Cartas pastorales que nuestros obispos han publicado con motivo del Bicentenario.

Que todo sea para mayor gloria de Dios.

Lucrecia Rego de Planas
Dirección
Catholic.net

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El pulso de la Fe “México descompuesto”

El pulso de la Fe “México descompuesto”

A unas semanas de que inicien los festejos con motivo del Bicentenario de la Independencia, la nación se encuentra descompuesta y alterada por criminales, desde asaltantes en las calles, hasta bandas organizadas. Queremos que en el combate al crimen ganen las corporaciones policiacas, que se restituya el orden, la paz, la seguridad, pero todo parece indicar que el camino todavía es largo y está sembrado de abrojos.

El 4 de agosto el Presidente de la República, Felipe Calderón, se reunió con los dirigentes de las diversas iglesias y credos religiosos para solicitarles su ayuda. Nunca es tarde, queremos pensar, pero México ha sufrido severas agresiones a la Fe desde hace ya también 200 años.

En nombre de un mal-entendido Estado Laico se han perpetrado persecuciones contra la Iglesia, contra sus ministros y contra los creyentes. Se han cometido graves ofensas a Dios. Se han avalado leyes expoliadoras. Se hace uso de la ley para matar sin vergüenza, sin remordimiento, sin castigo. El Estado se ha desentendido de proteger al ser humano en gestación.

Esta criminalidad que se ha entrometido en nuestra historia es consecuencia de haber expulsado a Dios de la cosa pública, de las escuelas, de las industrias, del mercado, de la familia. Ahora se imponen sanciones a candidatos que nombran a Dios y se silencia la voz de los sacerdotes, se les relega al interior de sus iglesias, se les amordaza, se les injuria, se hace burla de ellos sin temor a una pena porque, bien se sabe, nada pueden hacer, pues, se dice, sólo son sacerdotes.

Los conventos y monasterios que las monjas construyeron con sus propios recursos, antes de la Independencia, han sido saqueados, están todos convertidos en museos, en oficinas públicas, en salas de espectáculos, porque las monjas fueron exclaustradas, arrebatadas de sus casas, arrancadas de sus propiedades y relegadas por el Estado al olvido, silenciadas, también desde hace un bicentenario.

A unas semanas de que inicien los festejos ya se viven los prolegómenos de lo que se celebrará con mucha música, con profusión de quema de cuetes, con antojitos y cervezas, con “mucho ruido pero con pocas nueces” como solemos decir desde hace también un bicentenario.

¿Qué pensarían los héroes de la Independencia de México, a 200 años del inicio de la lucha por alcanzar los ideales de una patria propia y soberana, al contemplar la descomposición que alcanzó esta nación en sólo un bicentenario? ¿Qué pudiera sospechar el Padre Miguel Hidalgo al ver que de Santa María de Guadalupe, cuya imagen él mismo enarboló como bandera, los gobernantes de 200 años después nada quieren saber? ¿Qué diría el Padre José María Morelos al conocer en lo que se transformaron sus “Sentimientos de la Nación”, diría que en verdad valió la pena ofrendar su vida por la independencia de México o que tal vez hubiese sido mejor dejar las cosas como estaban?
Los ministros de culto, entre ellos obispos y cardenales, que se reunieron con el Presidente Calderón se comprometieron a presentar propuestas prácticas, las que se les vayan ocurriendo, pero también prometieron orar mucho.

En medio de toda esta descomposición y en respuesta a los acuerdos tomados con el Presidente de la República, ya ha aparecido la primera propuesta, de la que aun poco se sabe pero que deberá irá creciendo pronto. Se trata de la “Jornada universal Santa María de Guadalupe, Escudo y Patrona de nuestra Libertad” que se celebrará el 8 de septiembre, en la Basílica de Guadalupe, de las cinco de la tarde a las diez de la noche y que incluye el rezo de un Rosario de ocho misterios mientras se recorren los lugares de las apariciones de la Virgen de Guadalupe que ocurrieran en este suelo en 1531.

Esta Jornada busca lograr que en México se respete la vida y que cese toda violencia, secuestros, crímenes, abortos e injusticias. Es así como se volverá a buscar refugio en el hueco de las manos de la Madre de los mexicanos, en el cruce de sus brazos. Cada quien, desde donde esté, será invitado a unirse en una oración dirigida a Dios Misericordioso por medio de su madre María de Guadalupe, la Virgen fundadora y forjadora de esta Patria.
México está descompuesto y es preciso retornar a la búsqueda de Dios, de lo sagrado, de lo divino, estar “juntito” a su Madre, reconocernos como hermanos con respeto y con gozo, caminar en el amor y construir juntos la “casita sagrada” de la civilización de la Cultura, del Amor, de la Vida. Hasta entonces podremos celebrar, no mientras vivamos acosados, asaltados, robados, asesinados, inmersos en un México descompuesto.



Roberto O’Farrill Corona

Jornada Universal 2010.





Se realizará este miércoles, fiesta litúrgica de la natividad de María

CIUDAD DE MÉXICO, lunes 6 de septiembre de 2010.- Una iniciativa para celebrar el nacimiento de la Virgen María se realizará el próximo miércoles, 8 de septiembre, en México: se trata del Rosario de amor guadalupano, en el que se espera la participación de millones de fieles de todo el continente americano.

El rosario comenzará a las 20:00 horas y el recorrido será desde la colina del Tepeyac hasta el santuario de la Virgen de Guadalupe. La procesión estará encabezada por el arzobispo de Ciudad de México, el cardenal Norberto Rivera Carrera.

El evento es organizado por la arquidiócesis de México, la Orden d e los Caballeros de Colón y el Instituto Superior de Estudios Guadalupanos. La iniciativa, denominada "Jornada Universal Santa María de Guadalupe, escudo y patrona de nuestra libertad", tiene lugar en el marco de la conmemoración del bicentenario de independencia de México que se celebrará este 16 de septiembre.

Se ha escogido como fecha el 8 de septiembre para celebrar la fiesta litúrgica del nacimiento de la Virgen María. El canónigo de la basílica de Guadalupe, monseñor Eduardo Chávez Sánchez, explica que los fieles orarán "para que los mexicanos puedan encontrar la verdadera libertad y la independencia del pecado, de la muerte, del egoísmo, de la soberbia, del dios del dinero, que ha hecho tanto mal a nuestro país".

El evento comenzará a las 17 horas con un espacio musical denominado Oración flor y canto. Luego se leerá un mensaje del cardenal Norberto Rivera. Posteriormente habrá dos conferencias: "Nuestra señora de Guadalupe, madre de la civilización del amor", a cargo caballero supremo de los Caballeros de Colón Carl Anderson, y "Santa María de Guadalupe, escudo y patrona de nuestra libertad - el significado de la Virgen negra en la lucha por la independencia de México", a cargo de monseñor Eduardo Chávez Sánchez, quien también trabajó como postulador para la causa de canonización de San Juan Diego.

Según indicó el canónigo de la basílica de Guadalupe, al rosario se unirán más de tres millones de personas de los Estados Unidos así como centenares de miles de fieles de todo el continente, gracias a la transmisión a través de varias cadenas católicas de radio y televisión en Latinoamérica y de la página web www.rosarioguadalupano.com.



Imagenes del evento.


martes, 31 de agosto de 2010

jueves, 22 de julio de 2010

Escandaliza a masones la imagen de Virgen en libro.





Yolanda Reyes Apodaca

Córdoba, Veracruz.- El texto e imagen de la Virgen de Guadalupe por el cual la Federación Masónica de Logias Soberanas emitió una carta abierta donde manifestó su desacuerdo con el libro de historia editado de la Secretaría de Educación Pública (SEP), para conmemorar el Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana, al considerar que la educación debe ser laica y, por lo tanto, no tiene cabida ninguna religión.

El libro llamado "Viaje por la historia de México", elaborado por Luis González y González, llegó de forma gratuita a los hogares de casi todos los mexicanos, como edición conmemorativa del Bicentenario del inicio de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana, cuya carátula trae impresos los sellos oficiales del Gobierno y la Secretaría de Educación Pública.

El ejemplar consta de 65 páginas, en el cual narra los contenidos básicos desde los orígenes de Mesoamérica hasta el fin del siglo, incluyendo personajes claves. En la presentación menciona la importancia de ilustrar la historia con imágenes para atraer la atención de los lectores, entre ellos los estudiantes.

En la página 25, en el lado derecho superior aparece la imagen de la Virgen de Guadalupe, la acompaña un pequeño texto que hace referencia al impacto que tuvo en la fe y dice lo siguiente: "A la conquista militar de México-Tenochtitlan, siguió la conquista espiritual de sus pobladores. La fe cristina, rápidamente asimilada por los indígenas, se fortaleció cuando la Virgen de Guadalupe se apareció en el cerro del Tepeyac, según el relato del indio Juan Diego. Como prueba, Juan Diego presentó al obispo Fray Juan de Zumárraga la imagen de la Virgen impresa en un ayate de tela burda. Esto ocurrió en 1931. Vista con escepticismo por los primeros misioneros, la imagen se hizo popular entre indígenas y mestizos; su fama creció en el siglo XVII cuando se pidió su intercesión para evitar las pestes e inundaciones que asolaban la capital. Nombrada Patrona de la Ciudad de México, se convirtió en el primer símbolo de la nación mexicana. Después del grito de Dolores, Miguel Hidalgo utilizó su estandarte como emblema de la Independencia".



Misa de San Josemaría escrivá de Balaguer.

jueves, 3 de junio de 2010

Corpus Christi 2010.



• Ante miles de fieles, el Arzobispo de México reconoció los esfuerzos de la gente buena y advirtió que sin la presencia de Dios viviríamos en un mundo “irremediablemente absurdo”.

Felipe de J. Monroy González

La solemne Misa y la bendición de los niños durante el Jueves de Corpus Christi en la Plaza de la Purísima Concepción Tlaxcoaque y el Zócalo de la ciudad de México se vio coronada con las cuatro bendiciones eucarísticas que el Arzobispo de México y sus obispos auxiliares presentaron hacia todos los rincones de la diócesis capitalina; además, el Cardenal emitió dos mensajes pastorales para los fieles y los sacerdotes, a los unos les pidió continuar demostrando en su vida el espíritu cristiano y, a los otros, su fidelidad ante las adversidades.

Ante todo, llamó a ‘limpiar’ la atmósfera envenenada que acaba con el hombre y a reconocer la fe de muchos que intentan mejorar las condiciones de sus semejantes, atender los necesitados y cambiar favorablemente al mundo.

Durante la homilía, el Cardenal habló a los sacerdotes, les recordó la importancia de la Eucaristía en su ministerio y elevó sus oraciones para que, en el marco del Año Sacerdotal, el amor eucarístico que alimenta el ministerio apostólico persevere entre los consagrados: “que no falten los instrumentos dóciles y fieles que distribuyan el pan de la presencia, del sacrificio y de la promesa del Salvador”.

El Arzobispo reconoció que la Iglesia necesita sacerdotes pero afirmó: “y sabemos que nuestro Pastor no dejará de alimentarnos por su medio. Y a nosotros, sacerdotes, se nos renueva la invitación a que volvamos a dirigir nuestra mirada a la Eucaristía, fuente de nuestro ministerio”.

Luego de la solemne procesión con el Santísimo Sacramento recorriendo las calles del primer cuadro de la capital y la bendición Eucarística que los obispos auxiliares a todos los rincones de la ciudad; el Arzobispo de México emitió un mensaje final a los cerca de diez mil fieles que, bajo un inclemente sol, acompañaron a Jesús Sacramentado en todo momento.











“Estamos en medio de un mundo deshumanizado. Cuando el hombre no encuentra al hombre, pierde a Dios”, advirtió el Card. Rivera Carrera y aseguró que el Cuerpo de Cristo es fuente de humanización: “el Verbo encarnado baja del cielo para encontrarse cara a cara con sus hermanos los hombres, y camina con ellos, los guía de la mano para no sucumbir. Pero cuando la persona humana no quiere tomar esa mano, se hunde irremediablemente”.

El arzobispo lamentó la situación de muchos hombres y mujeres del mundo: “El hombre actual, sin frenos ni ataduras, vive ahogado en el error y la mentira, en la cultura de la muerte, en la irracionalidad del poder, en la cruel locura de la guerra, en el crimen y en la impunidad de la corrupción. El hombre ha perdido al hombre y se encuentra con la cara de la muerte y venera a la misma muerte y no al resucitado”.
















“Hay que limpiar esta atmósfera envenenada que sutilmente nos va matando, que mata la inocencia, la gracia y el temor de Dios... ignoramos la nobleza de nuestra personalidad, y la degradamos desenfadadamente… nos encanta más el lodo de la depravación”, lamentó y advirtió que sin la presencia de Dios, la humanidad viviría en un mundo irremediablemente absurdo.

En el espacio más sensible de la vida religiosa y política del país, el Arzobispo demostró que en México persiste la esperanza: “No todo está perdido. Existe en torno nuestra mucha santidad, mucha humildad, mucha oración”, reconoció la abnegada oración de las religiosas, la labor ejemplar de maestros, catequistas y evangelizadores, la vida ejemplar de matrimonios, la bondad de los padres que educan a sus hijos a pesar de las estrecheces económicas: “No toda la gente de la política, ni del poder ni de la enseñanza está perdida”, dijo.

El Cardenal envió un saludo a los maestros responsables, a los investigadores que no atentan contra el misterio de la vida, a doctores y enfermeras que no se prestan al homicidio, a los campesinos, obreros, empleados, empresarios que trabajan en la construcción de un México más digno; y hasta reconoció que hay políticos “que van contra corriente para dar testimonio de la verdad y se comprometen con los pobres sin populismos”.

“El bien siempre triunfará, aunque la bondad pase desapercibida”, anunció y concluyó: “Si nuestro mundo no se ha desplomado es por tanta plegaria y oblación que sube desde este valle de lágrimas hacia el Reino de la Gracia y de la Belleza de Dios”.