Generalmente pensamos en América como un cúmulo de repúblicas con más o menos historia que contarnos. La idea de una monarquía en América nos parece anacrónica y fabulosa, pero no obstante, es real. De hecho, en el continente americano, aparte de aquellas dinastías precolombinas de las que en Europa apenas sabemos nada, han existido cuatro monarquías en distintos momentos de la historia: el imperio de Brasil, el reino de Hawai’i, el imperio de Haití y el imperio de México.
Agustín de Iturbide, futuro emperador de México, era el hijo menor de José Joaquín de Iturbide y Arregui (que había desembarcado en el Virreinato de Nueva España en su adolescencia, procedente de Navarra) y de María Josefa de Arámburu y Carrillo (de una familia criolla originaria del País Vasco). Agustín nació en Valladolid de Michoacán (ahora llamado Morelia) en 1783, y gracias a las rentas de su padre tuvo una infancia holgada y feliz. Un apasionado de las armas, se enroló en un regimiento de las milicias provinciales
En 1789 había estallado la Revolución francesa, y las ideas de la misma se propagaron por toda Europa y sus colonias americanas. En Nueva España había unos 70.000 españoles. Afectado por este espíritu de libertad y liberalismo, Agustín empezó a defender la independencia de su tierra. Tuvo tiempo para casarse con una joven de familia hidalga y bello rostro, Ana María Huarte y Muñiz, cuya madre estaba emparentada con los marqueses de Altamira. La pareja empezó a procrear , y pronto coleccionó una ristra de hermosos hijos. Una vez estallaron las sublevaciones en la región, Iturbide dio muestra de su a veces violento carácter, inspirado en el Terror de Robespierre. En 1820 España se encontraba sumida en el caos, con el rey Fernando VII atrapado entre liberales y conservadores. Fue el momento ideal para declarar la independencia, y el día de su cumpleaños de 1821 llegó a México DF, donde fue cálidamente recibido. Con el gobierno anterior a punto de caer, Agustín de Iturbide se proclamó Presidente de la Junta Provisional. No obstante, su sueño no se había cumplido todavía, y en 1822 se autocoronó emperador de México en la catedral del DF. Así, México pasó a tener una familia real, compuesta por él, su esposa doña Ana María, sus siete hijos, ahora príncipes Agustín Jerónimo, Sabina, Juana, Josefa, Ángel, María Jesús y Salvador, además de su padre, don José Joaquín, y su hermana, María Nicolasa. Además de sus siete rorros, Agustín y Ana María tuvieron dos hijos más: Felipe y Agustín Cosme (otra hija, María Dolores, había muerto en la cuna en 1819). La situación en México, a pesar de todo, seguía siendo insostenible. Nadie daba nada, pero todos pedían algo, y pronto el territorio empezó a perder varias zonas meridionales que ahora componen las naciones de El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y hasta Panamá. Poco después, Iturbide abandonó México, rumbo a Europa, la tierra de sus antepasados. En Italia, Agustín de Iturbide formó planes para regresar al país que le acababa de dar la espalda, y volvió en julio de 1824, acompañado de su mujer, dos de sus hijos, y un sacerdote. Allí fue capturado y juzgado. El 19 de julio de 1824 fue fusilado, y sus restos enterrados en la Catedral de México. Doña Ana María, viuda del ex emperador, se refugió en Nueva Orleans, y de allí se fue a Georgetown, en las afueras de Washington DC. Pasó largo tiempo buscando consuelo en un convento, donde su hija Juana de Iturbide se hizo monja. Posteriormente se instaló en Filadelfia, y allí vivió los últimos años de su vida, tras ver morir a su hija Juana, y a su hija María Jesús. Una alegría sí le iluminó su exilio cuando su hijo Salvador se casó con Rosario de Marzán, una distinguida mexicana, pero menos le gustó que su otro hijo, Ángel, se casase con una estadounidense, Alice Green. Ana María Huarte, viuda de Iturbide, falleció en 1861, casi 40 años después de su marido. Su hijo mayor, y heredero del ya desaparecido imperio, Agustín Jerónimo, había ido a Colombia al servicio de Simón Bolívar, que le tenía mucho aprecio, y luego fue adoptado por Maximiliano de Habsburgo, que fue elegido como emperador de México y que falleció trágicamente en Querétaro. Agustín Jerónimo murió, soltero, en Nueva York en 1866. Su hija ilegítima, Jesus de Iturbide, se casó con Nicolás de Piérola, Presidente de Perú. Ángel de Iturbide, el que se había casado contra la voluntad materna con Alice Green, tuvo un hijo, Agustín de Iturbide y Green (a veces escrito como Grin). Éste sirvió en el ejército mexicano, pero fue exiliado por Porfirio Díaz, y se refugió, como ya lo había hecho su familia, en Estados Unidos, donde fue profesor de español y francés en la universidad de Georgetown. Falleció en Filadelfia sin descendencia en 1925. Su primo, Salvador de Iturbide y Marzán, fue enviado por la emperatriz Carlota (viuda de Maximiliano de Habsburgo) a París; luego fue a Hungría, donde fue protegido por el emperador Francisco José de Austria, hermano del que fue el último emperador de México. En Hungría se casó con la baronesa Gisela Mikos de Taródhaza. La pareja se mudó a Venecia, pero él falleció de apendicitis de forma prematura en Córcega, donde se encontraba de excursión. Salvador y Gisela habían tenido tres hijas: María Josefa, María Gisela y María Teresa. María Josefa pasaba pues a ser la heredera del legado familiar, aunque nunca se preocupó por reclamar el trono mexicano. Era una mujer muy religiosa. Se casó con el barón Juan Nepomuceno Tunkl von Auschbrunn und Hohenstadt, con quien tuvo dos hijas llamadas María Ana y Gisela, que fueron inscritas con el apellido Tunkl-Iturbide. La princesa María Josefa falleció recluída en un campo de concentración comunista en Rumanía, en 1949. Su hija mayor, Ana María, rechazó sus derechos sucesorios y permaneció soltera, mientras que su hermana Gisela se casaba con el conde Gustavo von Götzen. El hijo de ambos, Maximiliano Götzen-Iturbide, vive actualmente una vida tranquila y políticamente inactiva en Australia, con su mujer e hijos. No obstante, es en ellos en quienes recae el futuro legado de la dinastía Iturbide.
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