HABEMUS PAPAM!
Benedicto XVI sucede a Juan Pablo II en la Cátedra de Pedro
“Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, para que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”. Así se expresó el Santo Padre Benedicto XVI en la homilía de la Misa inaugural de su pontificado, en la Plaza de San Pedro.
José Messias Lins Brandão
Bastarían esas sabias palabras del nuevo Papa para mostrar el acierto de los Cardenales que lo eligieron Pastor Supremo del rebaño de Cristo.
Durante los breves días en que la Cátedra de Pedro quedó sin ocupante, los Cardenales se impresionaron con el modo en que Mons. Ratzinger condujo los asuntos eclesiásticos. El Sacro Colegio supo ser rápido y vigilante, no dejando que el timón de la barca de Pedro quedara sin piloto. Todavía resonaban en el orbe terrestre las palabras “el Papa ha muerto”, cuando ya empezábamos a oír el eco de la proclamación “Habemus Papam!"
En el amor a Cristo está la fuerza del Papa
La actitud del entonces Cardenal Ratzinger durante la misa fúnebre de Juan Pablo II, el 8 de abril, causó una primera impresión favorable no sólo a los demás Cardenales, sino también a todos los que lo vieron, ya sea en la misma Plaza de San Pedro o apretados frente a las pantallas de televisión en todos los rincones de la tierra. Se vislumbraba cierto brillo en él, como varios comentaristas lo señalaron en la ocasión. Tal vez ya era un soplo del Espíritu Santo para mostrar al mundo quien sería el próximo Papa.
Las palabras de su homilía llamaron especialmente la atención; en ellas, haciendo referencia al llamado del Señor a Juan Pablo II, señaló que en el centro del Papado está una renuncia radical y un amor sin límites a Cristo, cabeza de la Iglesia:
‘Sígueme'. En octubre de 1978 el Cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Apacienta mis ovejas'. A la pregunta del Señor: ‘Karol, ¿me amas?', el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: ‘Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te amo'. El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigo en Cristo pudo llevar un peso que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal."
Debemos tener una fe adulta
No obstante, de acuerdo a una gran parte de los analistas, lo que parece haber decidido la elección de Benedicto XVI fue su homilía en la Misa del día 18, en la apertura del Cónclave, cuando abordó con valentía y discernimiento los males que la Iglesia debe enfrentar en nuestro tiempo .
Comentando la carta de san Pablo a los Efesios, Mons. Ratzinger apuntó “la maduración de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como condición y contenido de la unidad del cuerpo de Cristo”.
¿En qué consiste esa maduración de la fe? ¿Qué jornada debemos emprender a camino de la “madurez de Cristo”? Debemos ser adultos en la fe, respondió el futuro Papa.
No podemos permanecer como menores de edad, apenas con una fe infantil. ¿Y en qué consiste ser niños en la fe?, se preguntó, para responder en palabras de san Pablo: significa ser “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…” (Ef 4, 14).
“¡Una descripción muy actual!”– exclamó Joseph Ratzinger.
Prosiguiendo su agudo y ponderado análisis del gran problema de nuestros días, afirmó sin rodeos: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14)”.
Dictadura del relativismo
Ahondando todavía más en su diagnóstico sobre los males de nuestro tiempo, Joseph Ratzinger apuntó el que quizás sea el mayor embuste del mundo presente: “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse ‘llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina', parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales”.
Y el futuro Papa denunció entonces el gran peligro para la Iglesia: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”.
Al final de su homilía pudo asegurar sin vacilaciones, y sin temor a ser desmentido:
“No es ‘adulta' una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad."
Un solo rebaño y un solo Pastor
En el primer mensaje luego de ser elegido, al final de la misa del día 20 en la Capilla Sixtina, el Santo Padre Benedicto XVI señaló que, desde el súbito agravamiento de la salud de Juan Pablo II, vivimos “un tiempo extraordinario de gracia”, que pudo observarse en “la multitudinaria oleada de fe, de amor y de solidaridad espiritual que culminó en sus exequias solemnes".
El nuevo Papa comprobaba con eso la alentadora novedad que ya señalamos en nuestra Editorial: gracias excepcionales derramadas sobre el mundo en abundancia. Y sigue hablando de ese fenómeno: “El funeral de Juan Pablo II fue una experiencia realmente extraordinaria, en la que, de alguna manera, se percibió el poder de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia mediante la fuerza unificadora de la Verdad y del Amor".
Expresándose de ese modo, Benedicto XVI indicaba una de las tareas que considera prioritarias en su pontificado: poder reconstruir la unidad que un día existió entre los cristianos, trayendo al rebaño de la Iglesia de Cristo a todas las ovejas que deben hacer parte de ella.
Retomó esa temática en la homilía del día 24, cuando comentó el simbolismo del pallium, hecho con lana de cordero. Recordó la parábola de la oveja descarriada, socorrida por la solicitud del pastor, que sigue su rastro aun a costa de mucho sufrimiento .
Benedicto XVI expresó su deseo de seguir el ejemplo del Buen Pastor, pidiéndonos: “Rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos”.
Enseguida, con breves y claras palabras trazó el programa de un ecumenismo auténtico y bien definido para su pontificado, al repetir con Jesús: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor” (Jn 10, 16).
Hacer brillar a los ojos del mundo la luz de Cristo
En la homilía de la misa del 20 de abril, Benedicto XVI, muy conmovido, se refirió al episodio en el que Jesús instituyó el Papado: “En estos momentos vuelvo a pensar en lo que sucedió en la región de Cesarea de Filipo hace dos mil años. Me parece escuchar las palabras de Pedro: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo', y la solemne afirmación del Señor: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (...) A ti te daré las llaves del reino de los cielos".
Podemos hacernos una idea de lo que ocurría en el alma del Santo Padre, si prestamos atención a la misma homilía: “¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres Pedro! Me parece revivir esa misma escena evangélica; yo, Sucesor de Pedro, repito con estremecimiento las vibrantes palabras del pescador de Galilea y vuelvo a escuchar con íntima emoción la consoladora promesa del Divino Maestro. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis débiles hombros, sin duda es inmensa la fuerza divina con la que puedo contar”.
Y el Santo Padre, con una muestra de completa y serena conciencia de su misión universal, sabiendo que billones de personas del mundo entero fijaban sus ojos en él, se expresó sin ambigüedad: “El Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea la ‘piedra' en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A Él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu".
El Papa Benedicto XVI conservaba en su memoria las imágenes todavía frescas de la imponente manifestación despertada por la muerte y los funerales de Juan Pablo II, y recordó que “en torno a sus restos mortales, depositados en la tierra desnuda, se reunieron jefes de naciones, personas de todas las clases sociales, y especialmente jóvenes, en un inolvidable abrazo de afecto y admiración".
Y su conclusión –llena de convencimiento en la fuerza de la Santa Iglesia– la expresó del siguiente modo: “A muchos les pareció que esa intensa participación, difundida hasta los confines del planeta por los medios de comunicación social, era como una petición común de ayuda dirigida al Papa por la humanidad actual, que, turbada por incertidumbres y temores, se plantea interrogantes sobre su futuro".
Vemos al Santo Padre dispuesto, como el Buen Pastor, a sacrificarse y ayudar a todas sus ovejas, fieles o descarriadas, para cruzar en medio de las tempestades que dominan el inicio del tercer milenio. Consciente de lo que el mundo entero espera de él, y más que nada, de lo que Cristo espera de él, Benedicto XVI, en la misa del mismo día 20, condensó en pocas líneas la esencia de su programa:
"La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de su deber de volver a proponer al mundo la voz de Aquel que dijo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida' (Jn 8, 12). Al iniciar su ministerio, el nuevo Papa sabe que su misión es hacer que resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no su propia luz, sino la de Cristo ".
BIOGRAFÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
El cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, nació en Marktl am Inn, diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927 (Sábado Santo), y fue bautizado ese mismo día. Su padre, comisario de la gendarmería, provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera, de condiciones económicas más bien modestas. Su madre era hija de artesanos de Rimsting, en el lago Chiem, y antes de casarse trabajó de cocinera en varios hoteles.
Pasó su infancia y su adolescencia en Traunstein, una pequeña localidad cerca de la frontera con Austria, a treinta kilómetros de Salzburgo. En ese marco, que él mismo ha definido “mozartiano”, recibió su formación cristiana, humana y cultural.
El período de su juventud no fue fácil. La fe y la educación de su familia lo preparó para afrontar la dura experiencia de aquellos tiempos en los que el régimen nazi mantenía un clima de fuerte hostilidad contra la Iglesia católica. El joven Joseph vio como los nazis golpeaban al párroco antes de la celebración de la Santa Misa.
Precisamente en esa compleja situación, descubrió la belleza y la verdad de la fe en Cristo; para ello fue fundamental la actitud de su familia, que siempre dio un claro testimonio de bondad y esperanza, con una arraigada pertenencia a la Iglesia.
En los últimos meses de la segunda guerra mundial fue enrolado en los servicios auxiliares antiaéreos.
De 1946 a 1951 estudió filosofía y teología en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising y en la universidad de Munich, en Baviera.
Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1951.
Un año después, inició su actividad como profesor en la Escuela superior de Freising.
En el año 1953 se doctoró en teología con la tesis: “Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia en san Agustín”. Cuatro años más tarde, bajo la dirección del conocido profesor de teología fundamental Gottlieb Söhngen, obtuvo la habilitación para la enseñanza con una disertación sobre: “La teología de la historia de san Buenaventura».
Tras ejercer como profesor de teología dogmática y fundamental en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising, prosiguió su actividad docente en Bona, de 1959 a 1963; en Muñiste, de 1963 a 1966; y en Tubinga, de 1966 a 1969. En este último año pasó a ser catedrático de dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, donde ocupó también el cargo de vicerrector de la Universidad.
De 1962 a 1965 hizo notables aportaciones al Concilio Vaticano II como “experto”; asistió como teólogo consultor del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.
A Su intensa actividad científica lo llevó a desempeñar importantes cargos al servicio de la Conferencia Episcopal Alemana y de la Comisión Teológica Internacional.
En 1972, juntamente con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros grandes teólogos, fundó la revista de teología “Communio”.
El 25 de marzo de 1977, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y Freising. El 28 de mayo recibió la Ordenación episcopal. Fue el primer sacerdote diocesano, después de 80 años, que asumió el gobierno pastoral de la gran archidiócesis bávara. Escogió como lema episcopal: “Colaborador. de la verdad” y él mismo lo explicó: “Por un lado, me parecía que expresaba la relación entre mi tarea previa como profesor y mi nueva misión. Aunque de diferentes modos, lo que estaba y seguía estando en juego era seguir la verdad, estar a su servicio. Y, por otro, escogí este lema porque en el mundo de hoy el tema de la verdad es acallado casi totalmente; pues se presenta como algo demasiado grande para el hombre y, sin embargo, si falta la verdad todo se desmorona».
Pablo VI lo creó cardenal, con el título presbiteral de “Nuestra Señora de la Consolación en el Tiburtino”, en el consistorio del 27 de junio del mismo año.
En 1978, el Cardenal Ratzinger participó en el Cónclave, celebrado del 25 al 26 de agosto, que eligió a Juan Pablo I, el cual lo nombró su Enviado Especial al III Congreso mariológico internacional, que tuvo lugar en Guayaquil (Ecuador), del 16 al 24 de septiembre. En el mes de octubre del mismo año, participó también en el Cónclave que eligió a Juan Pablo II.
Fue Relator en la V Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, de 1980, sobre el tema: “Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo”, y Presidente delegado de la VI Asamblea general ordinaria, de 1983, sobre “La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia».
Juan Pablo II lo nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional, el 25 de noviembre de 1981. El 15 de febrero de 1982 renunció al gobierno pastoral de la archidiócesis de Munich y Freising El 5 de abril de 1993, lo elevó al Orden de los Obispos, asignándole la sede suburbicaria de Velletri-Segni.
Fue Presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia católica, que, después de seis años de trabajo (1986-1992), presentó al Papa el nuevo Catecismo.
Juan Pablo II, el 6 de noviembre de 1998, aprobó la elección del cardenal Ratzinger como Vicedecano del Colegio cardenalicio, realizada por los Cardenales del Orden de los Obispos. Y el 30 de noviembre de 2002, aprobó su elección como Decano; con dicho cargo le fue asignada, además, la sede suburbicaria de Ostia.
En 1999 fue Enviado Especial del Papa a las celebraciones con ocasión del XII centenario de la creación de la diócesis de Paderborn, Alemania, que tuvieron lugar el 3 de enero.
Desde el 13 de noviembre de 2000 fue Académico honorario de la Academia Pontificia de las Ciencias.
En la Curia romana, fue miembro del Consejo de la Secretaria de Estado para las Relaciones con los Estados; de las Congregaciones para las Iglesias Orientales, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para los Obispos, para la Evangelización de los Pueblos, para la Educación Católica, para el Clero y para las Causas de los Santos; de los Consejos pontificios para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y para la Cultura; del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; y de las Comisiones pontificias para América Latina, “Ecclesia Dei”, para la Interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico y para la Revisión del Código de Derecho Canónico Oriental.
Entre sus numerosas publicaciones ocupa un lugar destacado el libro: "Introducción al Cristianismo", recopilación de lecciones universitarias publicadas en 1968 sobre la profesión de fe apostólica; "Palabra en la Iglesia" (1973), antología de ensayos, predicaciones y reflexiones dedicadas a la pastoral.
Tuvo gran resonancia el discurso que pronunció ante la Academia bávara sobre el tema “¿Por qué sigo aún en la Iglesia?”, en el que, con su habitual claridad, afirmó: “Sólo en la Iglesia es posible ser cristiano y no al margen de la Iglesia».
Sus publicaciones fueron abundantes a lo largo de los años, constituyendo un punto de referencia para muchas personas, especialmente para los que querían profundizar en el estudio de la teología. En 1985 publicó el libro-entrevista “Informe sobre la fe” y, en 1996 “La sal de la tierra”. Asimismo, con ocasión de su 70° cumpleaños, se publicó el libro: “En la escuela de la verdad”, en el que varios autores ilustran diversos aspectos de su personalidad y de su obra.
Ha recibido numerosos doctorados “honoris causa”: por el College of St. Thomas in St. Paul (Minnesota, Estados Unidos), en 1984; por la Universidad católica de Eichstätt (Alemania) en 1985; por la Universidad católica de Lima (Perú), en 1986; por la Universidad católica de Lublin (Polonia), en 1988; por la Universidad de Navarra (Pamplona, España), en 1998; por la Libre Universidad María Santísima Asunta (LUMSA) (Roma), en 1999; por la Facultad de teología de la Universidad de Wroclaw (Polonia), en 2000.
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