La confusión que existe hasta nuestros días entre el sentido doloroso del Sábado Santo y la alegría del aún denominado ‘Sábado de Gloria’, se debe a la actualización que la Iglesia Católica realizó en el siglo XX en torno a la celebración de la Vigilia de la Resurrección.
Siendo el Triduo Pascual un solo día, el ayuno se prolongaba desde el Viernes Santo hasta la Vigilia del Sábado por la noche, introductoria del Domingo de Resurrección. La estricta norma era difícil y en el siglo XVI se creyó conveniente ‘adelantar’ la Vigilia al sábado temprano y que los fieles, una vez participando de la Eucaristía, pudieran romper el ayuno del día anterior. Por muchos años así sucedió y se consideraba como “la apertura de la Gloria”.
Sin embargo, el Papa Pío XII reafirmó el sentido del Sábado Santo como el día de Cristo en el sepulcro.
“Todo el día tiene un tono de silencio contemplativo del misterio de un Cristo que ha bajado ‘al lugar de los muertos’, al ‘descanso’ del sepulcro, al anonadamiento absoluto y a su misterioso encuentro con los antepasados, donde predicó a los espíritus de los muertos”, dice Aldazábal.
También es común que en el camino cetecumenal (el Bautismo de los adultos), en este día se realicen todos los preparativos para la gran noche bautismal de la Pascua: exorcismos, unciones, la recitación del símbolo, las renuncias.
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